El 26 de febrero de 1815, Napoleón huyó de la isla de Elba, donde estaba desterrado. Al enterarse de la noticia, el 13 de marzo se reunió el Congreso de Viena, que lo declaró proscrito, reuniendo en los Países Bajos un ejército para hacerle frente. El gran choque que se produjo entre ambos bandos entre el 15 y el 18 de junio, conocido como la batalla de Waterloo, fue un enfrentamiento bélico entre el ejército francés comandado por Napoleón y el ejército prusiano del mariscal de campo Gebhard Leberecht von Blücher y las tropas británicas, holandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington, cerca de la localidad de Waterloo (Bélgica).
Tras una batalla de dimensiones considerables —las bajas estimadas fueron unas 100.000 entre ambos bandos— en la que resultó derrotado el ejército bonapartista, poniendo fin a las Guerras Napoleónicas, una legión de saqueadores se desparramó por el campo de batalla para robar las pertenencias de los soldados que murieron aquel sangriento día. Además de algunos objetos personales, en muchos casos les extraían también los dientes para venderlos a los dentistas y otros profesionales que los usaban para confeccionar prótesis dentales.
Antes habían realizado prótesis de madera, marfil, hueso o dientes de hipopótamo, pero solían dar un mal sabor y peor aliento. Los dientes de cadáveres humanos eran mucho más resistentes, mantenían el esmalte y el color aunque en muchas ocasiones eran más un recurso estético que funcional a la hora de comer. Estas dentaduras estaban muy cotizadas y eran hasta cuatro veces más caras, llegando a costar una hilera de dientes genuinos más de 30 libras, una importante suma que persuadía a los desesperados a hacerse con una buena dentadura.
La mayoría de los dientes para dentaduras postizas eran arrancados de la boca de un ajusticiado o provenían de profanaciones de tumbas, con grave riesgo de transmitir a sus nuevos propietarios enfermedades como gingivitis, sífilis o tuberculosis, muy comunes en aquel tiempo. A los individuos que proporcionaban esos dientes les llamban resurreccionistas, salteadores de tumbas que también surtían de cadáveres a las salas de disección de las Facultades de Medicina, aunque los dientes cotizaban aparte. Algunos cirujanos prestigiosos de Londres como Astley Cooper llegaron a sostener a una banda de resurreccionistas que trabajaban en exclusiva para ellos.
Teniendo en cuenta esta situación puede comprenderse que fueran tan apreciadas las piezas dentarias de sujetos jóvenes, como los soldados muertos en combate, que solían estar en perfecto estado de conservación, muchas de ellas todavía sin caries y con menor incidencia de enfermedades. Por ello, las Guerras Napoleónicas supusieron una gran aportación de estos materiales en el mercado. Tantos dientes y muelas se extrajeron tras la famosa batalla que, desde entonces, en algunos países como el Reino Unido, se conoce a las dentaduras postizas de esta época como “dientes de Waterloo”, nombre que pronto se aplicó por extensión a cualquier dentadura postiza confeccionada con dientes humanos, como los obtenidos en la Guerra Civil Americana, en la Guerra de Crimea y en otras contiendas. Hacia finales del siglo XIX, aparecieron las prótesis dentales confeccionadas en porcelanas resistentes y estas dentaduras de dientes humanos entraron en un rápido declive.
Fuente: Un dermatólogo en el museo
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